Relato
Mi primer recuerdo
por Ángeles Navarro Moya
Las estrellas destacan con su brillo frío sobre el fondo negro que desde aquí abajo, parece infinito. Siento como un abismo allá arriba. Un abismo que podría ser una amenaza o la salvación final. A lo lejos se escucha el sonido de algún coyote. Probablemente el último individuo de su especie en peligro de extinción. Un búho se acaba de despertar, unas ratas asustadizas corretean, un ciempiés descansa bajo una hoja.
Estoy sentada en el último escalón de la escalera que separa el suelo del patio. El último reducto de la casa, aún a salvo. Me estremezco y me maravillo ante la noche en todo su ser, sin luces humanas que la perturben. Tengo unos seis años y me tomo unos minutos para sentir mi alrededor desde el límite seguro de la casa de mis abuelos.
Podría decir que ese es mi primer recuerdo. Podría y no mentiría si no fuera por un intruso: un recuero que no es un recuerdo propio. Tengo dos años y medio y estoy sentada en uno de los blocks de cemento sobre los que se sostienen los palos del invernadero. Uno a uno aplasto los caparazones de unos caracoles enfilados que tal vez murieron disecados por el calor intenso, o tal vez asesinaron mis manos de niña con la ayuda de una piedrecita como arma letal. ¿Sobresalía masa pegajosa y caliente bajo la pequeña piedra? No lo recuerdo. No me lo han contado. No lo he preguntado.
Pero esto no es un recuerdo. Es una historia decenas de veces contada y escuchada. Y es la prueba de cómo convertimos en propias las historias escuchadas muchas veces. Recuerdos impostados. ¿Nuestra historia?